La legendaria cara Norte del Eiger, espectaculo que pude disfrutar el pasado Diciembre.


miércoles, 21 de mayo de 2008

Tiburón

La primera vez que vi el mar creo que contaría con unos diez años. Fue en unas vacaciones con mis tíos a la costa murciana, si no recuerdo mal, en Los Alcázares, un pueblecito muy turístico. Justo antes de viajar, pasé unos días en Coslada, la ciudad donde viven los tíos con los que realicé aquel viaje. En aquellos días, disfrutaba de un lugar que me aportaba una perspectiva muy diferente a mi hábitat natural. Pasaba de un pequeño pueblo, a un barrio de una gran ciudad. Allí pasaba unos días en los que era un no parar. Siempre había alguien en la calle con él que jugar. Solo en aquel bloque en él que vivían mis tíos, ya vivían más chavales que en todo mi pueblo.

La cuestión es que en aquellos días, antes de viajar a Murcia, una tarde mi tía me puso un vídeo (VHS). Otro gran descubrimiento para mi, ya que en mi casa nunca habíamos tenido, al igual que los canales privados, pues en mi pueblo por aquel entonces solo podíamos ver TVE 1 y 2. Resulta que en aquel vídeo alguien había grabado la película Tiburón. Y esta película me produjo un impacto tan fuerte, que días después en las murcianas aguas del Mar Menor, mis tíos no podían hacerme entender que allí no había tiburones. Y en el momento que no "hacía pie", me entraba una tensión que me obligaba a mirar hacia todos lados con mis flamantes gafas para bucear -de esas elípticas, en las que la nariz y los ojos comparten un espacio conjunto bajo un grueso cristal-, que me habían comprado en un "todo a 100".


Fueron unas vacaciones geniales. Diría yo, que inolvidables. Especialmente, porque fueron cuando descubrí el mar y pude bañarme en él. Pero siempre que las recuerdo me viene a la cabeza el miedo que pasé a que un gran tiburón blanco me arrancara una pierna de un bocado.
Ese cierto poso de temor a esos animales, me vino a la cabeza hace unas semanas cuando en un correo electrónico me enviaron las fotos más espectaculares del año. La más votada era una en la que un tiburón de dimensiones gigantescas saltaba a engullir a una persona que permanecía suspendida de un helicóptero. Al ver esa foto, estuve discutiendo con Anais si lo tiburones saltaban o no podían saltar fuera de la superficie. Pues bien. El siguiente vídeo, no sólo contesta esta cuestión, sino que además, da fundamento a mis terrores infantiles.



Un saludo

jueves, 15 de mayo de 2008

Rotura de ligamentos

El acompasado sonido del teléfono distrajo su atención del libro que tenía en las manos. Se trataba de una novela antigua, que después de ver la adaptación en cine siempre había tenido curiosidad en leer. Se acercó al teléfono y descolgó. Al otro lado de la línea reconoció la voz familiar de su novia.

- Estoy en el médico. Le dijo ella. Lo que le desconcertó por un momento, pues lo lógico es que ella se encontrara en la Universidad. Al interesarse más, pudo saber que ella había sufrido una caída en una de sus clases mientras hacían salto de vallas. Le comentó, que tenía cierto dolor en la rodilla, pero que sólo al realizar determinados movimientos. Una vez hechas las primeras aclaraciones, el muchacho se tranquilizó, y continuaron la charla en un intento de planificar las horas siguientes. Flotaba en el ambiente la idea que la cosa no parecía grave, pero habría que esperar que el médico diera su veredicto.

Así, acordaron que él cogería el coche y marcharía a hacer una lavadora. Su casa era demasiado pequeña y aunque en la cocina existía el hueco destinado a este electrodoméstico, la colocación de la bolsa de basura destinada a envases, les había empujado a desechar la idea de adquirir una. La idea era que después de que uno lavara y el otro terminara su visita con el doctor, ambos marcharían juntos a la piscina de verano, que hacía pocos días había iniciado su actividad y con un tiempo que esa semana estaba acompañando, la combinación era más que sugerente.

El muchacho colgó el teléfono y se dispuso a realizar el ritual de separar la ropa sucia por diferentes colores y tejidos. Para posteriormente introducir la colada en una gran bolsa de plástico duro, que ellos utilizaban habitualmente tanto para la compra como para ir a la lavandería. Colocó, después, cuidadosamente un par de toallas y dos bañadores en una mochila. Y hubo de buscar por unos momentos las chanclas de ella, para darse cuenta que quizá fuera ella misma quien las tenía, pues tenía clase de deporte y quizá pensaba ducharse después. Habiendo comprobado que tenía todo lo necesario, echo un último vistazo para verificar que no olvidaba nada. Y antes de cerrar la puerta retrocedió, pensando en que olvidaba el detergente para lavar.

Condujo tranquilo, con la ventañilla medio bajada, y disfrutando de los vivos colores que el paisaje en ese momento del año ofrece. El tráfico era escaso en esa hora de la tarde y el trayecto hasta donde debía lavar se desarrolló más rápido de lo esperado. Quizá debido a que encontró una plaza de aparcamiento casi en la misma puerta. Introdujo la ropa sucia y puso las monedas. Siempre que introducía las monedas en la maquina no dejaba de pensar lo abusivo que le parecía el precio por un lavado.

Como habían acordado, cuando hubiera acabado con lo de la ropa, pasaría a buscarla. Cuando llegó al edificio donde el médico tenía su consulta distinguió rápidamente la bici de su novia. Parecía que aun no había acabado, de modo que subió. En una sala de espera atestada de gente la encontró sentada en una silla. Tras interesarse por los pormenores de su estado y de los detalles del accidente. Se acomodó en su asiento y guardaron silencio. En el cuarto hacía bastante calor, y según ella le había contado las largas esperas estaban poniendo algo enfurecidos a los impacientes pacientes. Un vistazo a la sala le permitió comprobar que aquello era cierto. La gente se agitaba con cierto nerviosismo en sus asientos y algunos resoplaban sonoramente, en un intento de apaciguar su tedio. Los dos muchachos debieron esperar unos minutos más, no demasiados, hasta que un enfermera entró en la sala y llamó a la chica para que la acompañara. Mientras el muchacho quedó a la espera. Tras varios minutos esperando localizó en una mesa llena de revistas y libros en un idioma que aun le era extraño un título que podía comprender "Das magische Auge" -El ojo mágico-. Uno de esos libros que tras un primer dibujo esconden figuras ocultas. Lo estuvo examinando y en vista de lo poco que había que hacer y que aun tendría que esperar más tiempo, se lanzó al intento de visualizar lo que detrás de aquellos dibujos quedaba oculto. Para ello, fijaba su mirada fijamente en la hoja, hasta que ésta se le ponía borrosa, pero por este mecanismo y tras varios intentos, no consiguió el objetivo. Después abordó otro de los mecanismos que él recordaba que se utilizaban para ver este tipo de figuras; colocarse muy cerca del papel y luego ir alejándolo. Dudó un momento ante la idea de parecer un poco estúpido a los ojos de los demás. Pero el aburrimiento que había fuera de aquel libro le alejó esta idea de la cabeza. Comenzó a practicar la nueva maniobra de una manera concienzuda, en ocasiones levantaba la mirada para ver si el resto de personas lo miraban o se burlaban, pero nadie le prestaba la menor atención, así que continuó hasta que una voz conocida rompió su concentración y le dijo; -nos vamos?. Volvió a depositar el libro en su sitio, no sin cierto desencanto al no haber logrado visualizar ni uno solo de los enigmas ocultos, y salió de la sala.

Fuera, frente a un mostrador se encontraba su novia hablando con una de las enfermeras, según supo posteriormente, acerca de una nueva cita. Cuando se pudo aproximar un poco más, vio con claridad como le habían colocado una estructura rígida que la ocupaba casi la totalidad de la pierna afectada. Sobresaltado la miró a los ojos. Y en ese momento se produjo una comunicación no verbal tan poderosa como para que él pudiera anticipar las palabras que segundos después iba a escuchar. Al igual que un relámpago y un trueno. La mirada le adelantó el sonido; -tengo los ligamentos de la rodilla rotos. Y la decepción inundó ambos rostros. Tras unos segundos de silencio ella continuó; - adiós a Reutlingen, a Steinberger See, a la Marmotte, .... Y en ese momento sus ojos luchaban denodadamente por no derramar unas lágrimas que llamaban a la puerta como única vía de escape a la frustración y la rabia. Porque, todos los planes, todas las ilusiones, todos los esfuerzos y sacrificios ya realizados, ...... todos se veían truncados. Y no eran sólo las competiciones y los viajes -y eso que en algunas ya se había pagado la inscripción-, sino había algo más. Estaba la idea de que durante casi medio año no podría hacer una de las cosas que más le gustaban y a las que dedicaba buena parte de su tiempo libre, pues es que el deporte era una de las cosas que más la divertían y más placer le proporcionaban. Y todo eso implicaba, mucho aburrimiento, y sobre todo; mucha desilusión.


FIN


P.D. Ahora si podéis poner nombre a los personajes ya podéis completar la historia. El chico soy yo, y la chica Anais, que el Jueves pasado se rompió los ligamentos de la rodilla derecha.



Un saludo