La legendaria cara Norte del Eiger, espectaculo que pude disfrutar el pasado Diciembre.


jueves, 31 de julio de 2008

Lo mejor de la tele.

En la televisión alemana, sólo se puede ver dos canales en abierto. Los dos canales públicos. Si se quiere disfrutar de más canales, no hay otra que acudir a la televisión por cable. Ésta tampoco es una maravilla, en cuanto a la programación se refiere. Hay muchos canales, pero verdaderamente, la programación carece bastante de calidad. Las películas brillan por su ausencia, y a parte de las series habituales tipo Grey Anatomy´s, la ficción es escasa. Cuando haces zapping, lo más probable que te encuentres son reality´s, ya sean del tipo Gran Hermano, o de gente que canta, o de bailarines, así como el conocidísimo programa sobre futuras modelos con Heidi Klum como figura estelar.
Con este panorama no es extraño que muchas veces lo mejor de la televisión sea la publicidad. Y estos días se está emitiendo un anuncio que da la razón a esta teoría. El anuncio toma como principal protagonista a Paul Potts. Para quien no les suene el nombre, comentar que es el ganador de la versión inglesa del programa "Tienes talento". Este joven galés, se presentó a las pruebas previas de selección y ante la pregunta:
- Qué sabes hacer?
El respondió; -canto opera.

Ante la susceptivilidad del jurado y del público en general, cantó la conocida aria de Puccini "Nessun Dorma". Y el resultado fue de lo más inesperado.
Ahora, meses después, una gran compañía de comunicación alemana ha tomado ese vídeo como eje central de uno de sus anuncios, y el resultado es muy satisfactorio. Creo que es uno de los mejores anuncios del año, bajo mi modesta opinión.
Para que juzguéis por vosotros mismos aquí os dejo el anuncio.






Un saludo

jueves, 10 de julio de 2008

Marmotte

Cima del Col du Galibier (2645 mts del altitud)
Hace algunos meses ya hablaba en este blog sobre la Marmotte. Es una marcha ciclista mítica. Sin parangón, por su recorrido. Durante sus 174 Km se recorren puertos como el Col du Glandon, Col du Telégraphe, Col du Galibier y, para finalizar, Alpe d´Huez. Desde hace meses habíamos decidido que ésta sería una de las aventuras del 2008. Además de ser excusa y justificación para el reencuentro con gente a la que desafortunadamente no tenemos la oportunidad de ver con frecuencia.

Comenzamos el viaje el jueves, pasamos la noche en Ginebra, en casa de una amiga de Anais, y al día siguiente, viernes, continuamos con el viaje hasta Bourg d´Oisans, localidad de inicio de la marcha. Llegamos por la tarde, y recogimos el dorsal en la estación de Alpe d´Huez. Allí, nos encontramos con los que venían de Freiburg, Alemania (Anne, su novio Simon, y un par de amigos suyos). Y más tarde aparecieron los que venían de Valencia; Zori y Oscar. Los muy burros subieron en bici y cuando les quedaban 5 km hasta arriba, pararon una furgoneta de españoles para que les subieran, porque la cosa se estaba poniendo fea. Desde allí, al camping. Un poco de cena, y a dormir.


El paisaje desde el Col du Galibier es espectacular.

El día siguiente amaneció temprano. A las 5:00 sonó el despertador, y todos arriba. Desayunamos en el comedor del camping y después de preparar todo laboriosamente, emprendimos el camino hasta Bourg d´Oisans. Nuestro camping distaba de la salida seis o siete km. Y mientras nos aproximabamos nos cruzamos con los que tomaban la salida a las 7:00 -nosotros lo hacíamos a las 7:30-. Fue un espectáculo bonito, ver cientos de ciclista de un montón de nacionalidades diferentes que se encaminaban a un mismo objetivo; finalizar los durísimos 174 km de la Marmotte. Nosotros, Zori, Oscar, Anais y yo, continuamos en sentido contrario a los que ya habían iniciado su andadura, y logramos llegar a la salida con la hora pegada. El grupo de amigos alemanes había dormido en otro lugar, y con la rectitud que les caracteriza, estaban en primera linea de salida, pues hacía casi una hora que habían llegado. Anais se quedó en Bourg d´Oisans, pues ella estaba inscrita en la Mini-Marmotte y empezaba en otra localidad. A la que tuvo que llegar haciendo dedo, todo sea dicho. A este respecto, la organización un cero. Tuvo suerte y la cogieron un grupo de holandeses que la dejaron en el pueblo donde ella empezaba (a 80 km de donde lo hicimos nosotros). Entre los más de 8.000 ciclistas congregados podías localizar procedencias de lo más variopintas. Había muchos holandeses e ingleses, pero tambíen había muchos alemanes y paisanos nuestros. Especialmente vascos. Pero podías encontrarte con gente de Australia y Nueva Zelanda, como con gente venida de Canada. Es decir, una verdadera torre de Babel, con un nexo común; la bicicleta.

Anais en Alpe D´Huez



En plena subida al Galibier.

Después de la salida hay unos diez o doce kilómetros llanos en los que los tres (Zori, Oscar y yo) fuimos adelantando gente a un ritmo bastante vivo. Hasta que llegamos al inicio del Glandon. Este es un puerto de 22 km al 6,7% de pendiente media. Como empiezas fresco y lo subes sin prisa a la espera de lo que queda no se hace excesivamente duro. Antes de coronar, Zori continuó a su ritmo para ir regulando, por lo que me fui hacia delante con Oscar. La bajada es muy peligrosa, con carretera estrecha y curvas bastante complicadas. Una vez terminado el descenso nos integramos en un grupito que iba a muy buen ritmo. Y de nuevo a subir. El Col du Telegraphe (12 km al 7% de media de desnivel), una pequeña bajada de 5 km, y ahora si empezaba lo bueno; el Galibier. Este es un puerto mítico, de los más duros de Europa. Tiene 18 km al 6,7% de desnivel, y coronas a 2645 metros de altura. En lo más alto de una montaña, no puede estar más arriba. Un dato, sólo hay tres puertos en Europa a mayor altura. Ahí arriba llegas bastante tocado, pero yo me encontré bastante bien, durante todo el tiempo fui adelantado gente y me encontraba bastante fresco -dentro de lo que cabe-. Arriba había un avituallamiento ofrecido por el mismo ejercito francés. Con unos bocadillos pequeños que sabían a gloria. Después de descansar un poco; a bajar. 40 km de bajada.


Vista de los últimos kilómetros del Col du Galibier y el rosario de ciclistas que se aproximan a coronar.

La bajada se hace eterna, y cuando estaba casi abajo llegó el incidente desafortunado que condicionó, no sólo la marcha, sino todo el fin de semana. Cuando me quedaban unos 4 km para terminar la bajada, entramos en un túnel oscurísimo -ya habíamos pasado otros parecidos-. No se veía nada. En uno de estos túneles había una curva a izquierdas nada más entrar. Llegas del sol y entras a la oscuridad, con lo que, hay un par de segundos que casi no ves nada hasta que la vista se adapta a la oscuridad, después de esos dos segundos me encontré con la curva encima de mi sin tiempo para corregir la trazada. Iba por encima de 50 km/h, y me fui contra la pared. El golpe fue bastante fuerte. Me levanté un poco mareado y desconcertado, pero una breve mirada a mi hombro derecho me descubrió que tenía todo el mallote roto y ensangrentado. Al igual que la mano derecha, en la que tenía bastante sangre. Estuve un momento desconcertado, sin saber muy bien como actuar. En esto, llegó un gendarme y comenzó a pedirme que saliera del túnel -era bastante probable que los que venían detrás de mi me arrollaran si seguía en esa ubicación-. Así que, de manera un poco automática me puse la zapatilla que me faltaba -no se como pero estaba a más de dos metros de donde yo quedé tendido-, y comencé a pedalear hasta el final del túnel. Pero una vez, en la bici y un poco más lucido, pensé enrabiado: "voy a terminar esta puta carrera, y no vuelvo más aquí". Y así lo hice, continué -de lo que ahora me alegro enormemente-. Aunque tenía una maneta que miraba a China y el sillín apuntaba al cielo, comencé nuevamente a pedalear. Me limpié un poco la sangre que me manaba de los dedos con un poco de agua y eché un vistazo a lo que tenía en el hombro y el codo. Ya para entonces las heridas me ardían como si tuviera fuego.

Descenso del Col du Galibier

Comencé la subida a Alpe D´Huez, con la única intención de llegar arriba. Las veintiuna curvas de esta montaña son conocidas por cualquier aficionado al ciclismo, y sus 13 km al 8,2%, le hacen el puerto más famoso de todo el mundo. Desgraciadamente no pude disfrutar de la subida como me hubiera gustado, no disfruté del paisaje, del esfuerzo que supone una ascensión así, ni de la recompensa de conseguir subir. Desde la caída no disfruté nada, pues no podía dejar de pensar en llegar y curarme las heridas. Incluso llegué a pensar que tenía la clavícula tocada, porque a medida que pasaba el tiempo, me dolía más y más. Durante la ascensión me encontré a Anais y a Anne. La última estaba animando y Anais estaba haciendo una parada para coger un poco de aire y continuar con el calvario de cada pedalada. Les dije que me había caído, que la esperaba para ir a ver a los sanitarios. Y km a km, metro a metro, llegué a la meta en todo lo alto de la estación. Al final 7 horas 55 minutos.


Ascensión de Alpe D´Huez, después de la caida.

Cuando llegué estuve bebiendo un poco y comiendo algo. Desde la caída no había comido y casi tampoco bebido. A los 10 minutos llegó Anais, y una hora después Oscar. Para entonces ya me estaban curando. Tenía todo el lado derecho magullado y con heridas. Me dieron un par de pastillas y después estuve toda la tarde mucho mejor. Comimos un poco, charlamos y tres horas después que yo, llegó Zori, que se lo había tomado con tranquilidad. Como nos contó más tarde.

En resumen, hubo dos partes claramente diferenciadas. La primera antes de la caída. Hasta ahí, disfruté del paisaje, de la compañía y de una experiencia increíble como es el ciclismo en un entorno, creo que, inigualable. Y la segunda parte, el resto desde la fatídica caída. Desde que me puse nuevamente en pie, hasta llegar a meta me repetí un montón de veces, que no volvería a venir, que no haría nunca más una marcha de alta montaña. Pero ahora, seis días después, con las heridas que ya tienen costra y el hombro en clara mejoría, empiezo a cambiar de opinión. No se cuando, pero me gustaría que mi recuerdo de Alpe d´Huez no sea el que me ha quedado, porque es una montaña tan bella y mítica que no se merece que yo la recuerde así. Por eso, y porque me gustaría disfrutar de su ascensión como se merece, creo que habrá que dar a la Marmotte una segunda oportunidad. No sé cuando. Y no creo que sea en corto plazo, pero en un oscuro túnel cerca de Bourg d´Oisans, deje una deuda pendiente. Y sería justo que algún día vuelva a cobrarla.


Todo el grupo, en la llegada de Alpe d'Huez



Un saludo



miércoles, 2 de julio de 2008

El fútbol es un juego de once contra once y, ya no siempre, gana Alemania

Alemania vuelve a la normalidad después de tres o cuatro semanas de desenfreno futbolístico. En una de las entradas anteriores ya comentaba que aquí el fútbol, y la selección nacional, son algo grande para el alemán de a pie. Los medios de información se vuelcan, y esta Eurocopa, no ha sido una excepción. En los dos canales públicos se han podido ver todos y cada uno de los partidos, desde el primero al último. Cuando jugaba Alemania, había un previo de un par de horas y después del partido otra más para el análisis del cómo, dónde, y por qué. A medida que avanzaba el campeonato, el entusiasmo general, que ya era alto desde el inicio, crecía. Y pasearte por una ciudad alemana, era encontrar el negro, rojo y amarillo de la bandera nacional por todos lados; en coches, ventanas, en las bicis o al cuello a modo de capa, que a más de uno he visto de esa guisa, al estilo Superman. Los periódicos dedicaron sus portadas los tres días previos a la final a la selección, y en alguno de ellos podrías encontrar foto-montajes de toreros con la cara de jugadores alemanes, y algún titular muy folclórico y que tiraba de estereotipo.

Pero hoy la historia es otra bien distinta. Paulatinamente, van desapareciendo las banderas que durante las dos últimas semanas han inundado todo, y el fútbol que lo colmaba prácticamente todo deja paso a otros temas en radio, televisión o en las conversaciones cotidianas del día a día. Desde el Domingo por la noche hasta ahora, he escuchado en innumerables ocasiones a apelar al futuro. Al 2010, el próximo mundial de Sudáfrica. Porque a pesar de haber perdido la final, los alemanes se sienten orgullosos de su selección, y confiados en que en dos años volverán a estar en lo más alto. Motivos no les faltan -han ganado tres mundiales y otras tres eurocopas-.












Por mi parte, disfruté con la semifinal, aquí, en Tübingen. Lo vimos con algunos españoles más, pocos, porque aquí no somos muchos, en un Pub donde despliegan tres pantallas grandes. Suele congregarse mucha gente joven, estudiantes en su mayoría. Allí coincidimos con algunos rusos, y una amplia mayoría de alemanes a la espera de rival. Después de la victoria española, estuvimos cantando y festejando en el centro de la ciudad. Finalizamos la noche tomando una copa en un discobar y bailando con unas simpáticas rusas una rumba catalana. Casi como en casa.

El Domingo, día de la final, estábamos en Frankfurt visitando los padres de Anais. Es una ciudad grande, mucho más que Tübingen, y eso nos permitió disfrutar de un ambiente más a lo grande. Vimos el partido en una de las múltiples pantallas gigantes instaladas en la ciudad. Junto a un numeroso y ruidoso grupo de españoles. Convivimos armoniosamente con los aficionados alemanes. Muy silenciosos todo el partido. Empezaron cantando y animando, pero esos cánticos se fueron extinguiendo, a medida que su equipo naufragaba ante los envites españoles. Finalmente, España vuelve a ser campeón de Europa, después de 44 años. Y he de reconocer que me llevé una de las mayores alegrías que me ha dado el fútbol. Pues cada dos años, de manera irremediable, la selección siempre me daba el disgusto. He visto al Real Madrid, mi equipo, jugar tres finales de Champions League, y las ha ganado las tres. En cierto sentido, lo que me faltaba por ver era una gran victoria de la selección, y llegué a pensar que ésta no se produciría nunca. Pero llegó. Y la alegría se desbordó en una pequeña plaza de Franfurt, y de ahí a la plaza de la ópera, y en ésta a la fuente. Y hubo cohetes, y fuegos de artificio, y banderas españolas, los coches pitaban mientras la gente exhibía su alegría. Y todo esto, mientras miles y miles de alemanes desfilaban hacia casa, y nos dejaban la ciudad para nosotros solos. Y esa noche, por un rato a muchos de nosotros nos pareció que estábamos en cualquier rincón de España.




Un saludo. Y Viva España.